Heidi era muy pequeña cuando murieron su madre y su padre, por lo que tuvo que vivir un tiempo con su tía Dete. Sin embargo, esta situación no duró mucho tiempo porque Dete consiguió un trabajo en Frankfurt. Así fue como Heidi se vio obligada a dejar la ciudad y para partir al Monte Alm en los Alpes junto a su abuelo, quien se haría cargo de ella.
No quiero ir tía Dete, siempre has dicho que el abuelo era un hombre serio y con mal genio. Decías que no le gustaban las personas, por favor, deja que me quede contigo, suplicaba Heidi.
Pero no había otra solución que marchar hacia las montañas. Y así inició Heidi un viaje que cambiaría su vida para siempre.
Al llegar a la casa de su Abuelo, Heidi le miró y quedó impresionada por aquel hombre. Era enorme y tenía una gran barba blanca. Heidi, sintiéndose más pequeña que nunca ante aquella gran figura le dijo tímidamente.
Hola, abuelo, soy Heidi, tu nieta.
¿Por
qué has venido aquí?, respondió con una voz que tronó por toda la
estancia asustando a Heidi, ¿Quién ha tomado la decisión de que estés
aquí conmigo?
Antes de que Heidi o la tía Dete pudieran responder, escucharon a Pedro, un niño que pastoreaba cabras en aquella montaña, mientras daba silbaba y gritaba a sus animales.
La tía Dete pidió a Heidi que fuera a jugar con Pedro, mientras ella intentaba convencer al abuelo de que no había otra solución para la niña que pasar un tiempo con él.
Y así, dejando a la pobre Heidi con un abuelo al que no conocía, la tía Dete se fue.
Por la noche, Heidi cenó una barra de pan con queso, pero no quiso tomar leche.
Tienes que beber leche, te hará fuerte y saludable, comentó el abuelo con malas pulgas.
El abuelo preparó una cama de heno para Heidi y allí pasó su primera noche en las montañas, temerosa de aquel abuelo que tan antipático parecía y asustada por el sonido del viento que soplaba entre los abetos.
A la mañana siguiente, Pedro volvió a subir a la casa del abuelo para encontrarse con Heidi, le parecía genial tener cerca una niña de su edad con la que jugar mientras cuidaba a sus cabras.
Abuelo, ¿puedo ir a jugar con Pedro?, preguntó casi en un susurro Heidi.
Anda ve sí, respondió con desdén el abuelo, mientras miraba como se alejaba con Pedro.
Allí, entre la hierba verde de las montañas, Heidi se sintió feliz por primera vez en mucho tiempo: correteaba entre las montañas, jugaba con las cabras, se divertía con las ocurrencias de Pedro...De pronto, miró hacia la colina más alta y creyó ver un incendio, asustada, echó a correr colina abajo hasta la casa del abuelo.
Abuelo, abuelo, entró corriendo Heidi, hay un incendio en aquella colina.
El abuelo salió a mirar y entre risotadas, le comentó a la niña:
No es fuego, hija mío. Es el sol diciéndole adiós a las montañas.
¡Oh, abuelo! ¡Qué hermoso es este lugar! Nunca me marcharé, dijo Heidi llena de emoción.
Y así fueron pasando los días, las semanas y los meses. Heidi paseaba con Pedro por las montañas y disfrutaba de la compañía de su abuelo, un abuelo que pese a su antipatía inicial, poco a poco fue mostrándose más cercano y cariñoso con Heidi.
Un día de primavera, tía Dete regresó allí para visitar al abuelo.
Un hombre rico de Frankfurt quiere adoptar a Heidi. Quiere que le haga compañía a su hija, una niña que vive en una silla de ruedas, comentó Dete al abuelo.
El abuelo, por primera vez, se dio cuenta de lo mucho que necesitaba a Heidi, lo que le había cambiado y lo feliz que se sentía cuando estaba a su lado. Sabía que si se iba, nunca volvería.
No quiero ir, no quiero ir, lloraba sin parar Heidi.
Sin embargo, hubo de marchar y el abuelo, triste, permaneció afuera de la casa, mirándola irse hasta que desapareció de su vista.
Al llegar a Frankfurt, la tía Dete llevó a Heide a una gran casa maravillosa y la llevaron ante Clara, una niña mayor que ella que estaba en silla de ruedas.
Heidi descubrió que la madre de Clara, como la suya, había fallecido cuando era una niña pequeña y la señorita Rottenmeyer, una institutriz muy antipática y seria, la había criado después entonces.
A la señorita Rettonmeyer no le gustaba Heidi, Porque nunca había asistido a la escuela y no sabía leer ni escribir. Tampoco le gustaban los modales en la mesa de Heidi y pensaba que no era la persona adecuada para hacerle compañía a Clara.
Sin embargo, a clara le encantó Heidi desde el primer momento y su abuela prometió enseñar a Clara buenos modales, a leer y a escribir para que Heidi pudiera quedarse con la niña.
Heidi, con sus ocurrencias logró que Clara fuera feliz y sonriera, hacía mucho tiempo que no la veían tan contenta. Sin embargo, Heidi echaba de menos las montañas, la hierba verde, las flores y las cabras del monte Alm. También echaba de menos a su abuelo. Clara era una niña adorable, pero la ciudad era terrible y Heidi deseaba escapar. Comenzó a invadirla la nostalgia y pensaron que había enfermado.
Heidi siente nostalgia, dijo el doctor al padre de Clara tras examinarla. Probablemente no deberíamos retenerla aquí. Puede enfermar gravemente si no la enviamos de vuelta a casa.
Clara y su padre no querían que Heidi se marchara, pero tampoco podían verla sufrir. Por lo tanto, tomaron la decisión de enviarla al Monte Alm al día siguiente.
Después de un día de viaje desde Frankfurt, Heidi llegó al Monte Alm. Vio al abuelo parado cerca de su cabaña, infeliz y solo y corrió hacia él. El abuelo rompió a llorar mientras tomaba a su amada Heidi en brazos.
¿Dónde has estado todos estos días, mi niña? ¿Alguna vez te acordaste de este viejo?, le dijo el abuelo a Heidi.
Tras
unos días Clara viajó a las montañas para visitar a Heidi. De día
jugaban en los prados y por la noche dormían en el lecho de heno. Aunque
Pedro estaba celoso de la atención que Heidi dedicaba a la niña, todos
quedaron impresionados cuando, un día, Clara, comenzó a levantarse de la silla y dio unos ligeros pasos sobre la hierba.
La leche fresca y el aire fresco de la montaña hicieron que Clara estuviera cada día más sana y fuerte y, por fin, un día pudo caminar sola. Después de un tiempo, el papá de Clara llegó para llevar a Clara de regreso a Frankfurt y al llegar quedó impresionado al ver a Clara caminando.
No deseo dejar este lugar. Por favor, déjame vivir aquí para siempre, suplicó Clara.
Tenemos que volver, pero vendremos cada verano, prometió su padre.
Clara se despidió de Heidi, Pedro y el abuelo y regresó a Frankfurt. Allí en las montañas, Heidi siguió viviendo feliz con su abuelo y su amigo.
Johanna Spyri: En 1980 la escritora suiza creó la historia de Heidi. Uno de los libros más leídos de la Literatura Suiza en el mundo.
Un cuento infantil sobre la inocencia, el amor entre el abuelo y sus nietos, resaltando valores humanos: Bondad, generosidad, alegría, y el cuidado y amor por la naturaleza.